De acuerdo con los lineamientos del Coneval, “una persona se encuentra en situación de pobreza extrema cuando presenta tres o más carencias sociales y no tiene un ingreso suficiente para adquirir una canasta alimentaria”. Entre estas carencias están: el rezago educativo, las carencias por acceso a los servicios de salud, por acceso a la seguridad social, por calidad y espacios de la vivienda, por acceso a los servicios básicos en la vivienda y por acceso a la alimentación.
Moisés Xochiquisqui reúne, sin problemas, todos los requisitos para ser una de las personas más pobres en toda la República Mexicana, el Coneval reporta que son 55. 3 millones los mexicanos en pobreza. Don Moisés vive en una comunidad en la sierra de Zongolica, junto a otras tres personas. Todos adentrados en la vejez. Todos carcomidos por la miseria.
Por Miguel Ángel León
SEGUNDA PARTE DE UNA SERIE
Mixtla de Altamirano/Ciudad de México, 17 de mayo (SinEmbargo/BlogExpediente).- Xala, una localidad enclavada en la sierra de Zongolica, en el municipio más miserable de Veracruz. Ahí abundan el hambre y las sequías. Un lugar divorciado de los programas de asistencia social; inexplorado para los candidatos que rapiñan el voto.
Allí, vive don Moisés Xochiquisqui Zopiyactle, el hombre más empobrecido de la comunidad de Xala, perteneciente a Mixtla de Altamirano. El hombre no solo está atorado en la marginación como los otros 327 lugareños. Hace diez años le arrancaron su fuente de trabajo en una riña, a punta de machetes.
–Mis dos brazos volaron como troncos y hubo harta sangre –es lo poco que recuerda.
De acuerdo con los lineamientos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, (Coneval), “una persona se encuentra en situación de pobreza extrema cuando presenta tres o más carencias sociales y no tiene un ingreso suficiente para adquirir una canasta alimentaria”.
Son seis los aspectos que se toman en cuenta: el rezago educativo, las carencias por acceso a los servicios de salud, por acceso a la seguridad social, por calidad y espacios de la vivienda, por acceso a los servicios básicos en la vivienda y por acceso a la alimentación. Pues bien, don Moisés reúne, sin problemas, todos los requisitos para ser una de las personas más pobres en toda la República Mexicana, el Coneval reporta que son 55. 3 millones los mexicanos en pobreza.
Según comparte el traductor desde el náhuatl, el máximo anhelo para el hombre de 57 años, sería tal cual, recuperar sus manos y solo así poder bañarse por su propia cuenta en el manantial de Xala, coger la tortilla con quelites a la hora del almuerzo y orinar sin que nadie lo ayude. Pero, sobre todo, regresar al campo y mal vender la cosecha de frijol, para, quizá, librar a su madre de lo que parece una muerte vecina, consecuencia de un racimo de enfermedades.
La subagente de Xala, advierte que el hogar de don Moisés queda a unos 40 minutos caminando y no es seguro encontrarle, pues al menos un día a la semana se desplaza 50 kilómetros hasta la comunidad de Mixtla, donde se tiende en el suelo para pedir limosnas.
En la comunidad de Xala es necesario anunciar a todo visitante, “es mejor que la gente esté enterada", dice la subagente quien recuerda que en mayo de 2005 un maestro de la escuela primaria fue asesinado. El presunto delito del docente fue meterse con una mujer ajena. Su castigo, 36 machetazos que le destrozaron el rostro. Uno de los agresores fue su alumno y tenía 16 años.
EN LA ÚNICA CASITA QUE SE DEJA VER
Para llegar a la casa de Moisés Xochiquisqui, un techo de lámina que se vislumbra a unos 7 kilómetros de distancia en medio de la sierra, tras un camino empedrado, bravo y de subida. El esposo de la subagente de Xala, quien guía hasta la casa de Moisés, recomienda memorizar una palabra del náhuatl: panolti, que no sólo significa un saludo formal, también es un vínculo entre cualquier forastero y los pobladores.
Las mujeres que se dirigen a lavar su ropa en el manantial de Xomiapa van apareciendo en el sendero y el traductor pregunta por Moisés, ellas en tono quedo y cabizbajas responden que lo vieron en su casa, dándole de comer tortillas a sus perros. Apenas reciben las gracias por la información y salen corriendo.
Y el camino comienza a ser andado, en medio de una soledad perpetua, donde solo se escuchan las pisadas de bota y huarache sobre el camino de piedra. Si acaso, algunas chicharras que pregonan los 30 grados centígrados que se perciben a las 11 de la mañana. Los jadeos comienzan a aparecer, el hombre se compadece del viajero y le aconseja que paren.
El agua de una cantimplora baña el rostro y de paso la sien para abatir los mareos. “Por aquí uno se acostumbra a recorrer distancias largas todos los días. Mis chamacos gracias a Dios quisieron estudiar la secundaria y deben caminar una hora y media, ahí sí está cabrón pa’ que vea”, comparte el hombre con una respiración serena, sin rastro alguno de fatiga.
Don José, como le gusta que le llamen, es un hombre de 40 años, de mirada desafiante, de tez morena como sus orígenes indígenas, de manos ásperas desde el saludo, espalda ancha, barriga abultada y dura como la piel de armadillo; no niega que gusta de beber pulque de fresa en las tardes.
Su gusto por la política lo ha llevado a "masticar" el idioma español, un plus que le ha dado comisiones representativas. No obstante que en este periodo municipal su cónyuge fue la de confianza para la Alcaldesa mixtleca, María Angélica Méndez Margarito, de quien su mandato ha sido registrado como histórico, pues llegó junto con la alternancia, después de 84 años de gobiernos priistas.
Y pasados cinco minutos, el andar se retoma con una palmada de ánimo, don José camina hasta una curva y se para al filo de un voladero, de unos 30 metros de altura, la intención es alentar al caminante, pues la historia de don Moisés cada vez está más cerca, a unos 2 kilómetros.
El trayecto es amenizado por una clase de náhuatl básico, don José enseña a saludar, a decir cuando es si y cuando es no. Unas diez palabras se van replicando con dificultad y roban la única sonrisa del día al hombre de Xala. De momento, el silencio es sacudido a lo lejos, por algo parecido a un cántico en el mismo idioma.
“Es mejor que se detenga y prepare la cámara, ya lo vienen a visitar”, anuncia conocedor el hombre la llegada de don Moisés Xochiquisqui, a quien se le ve salir de un camino sumergido, corriendo hacia los micrófonos; columpiando dos mangas blancas, balanceando el tronco de su cuerpo sin extremidades.
“¿Qué es lo que cantas?” se le cuestiona en su lengua, luego de saludarlo con la mirada. El hombre de 57 años, en la frontera de la vejez, pero con un espíritu libre y entusiasta, suelta la carcajada. Dice que se llama “Ojitos Verdes” y si se busca en internet se halla con la autoría del grupo “Los Cenzontles”.
Don Moisés acepta no sólo cantar una estrofa, sino lo hace por unos 15 minutos seguidos, hasta llegar a la brecha donde se oculta su casa.
“Aquellos ojitos verdes con quién se andarán paseando, ojalá que me recuerden aunque sea de vez en cuando…¡Ay!, ¡ay!, ¡ay! ¡ay!”…
LEJOS, MUY LEJOS DEL SIGLO XXI
¡Ikanikan!, ¡nikan!, ¡Ikanikan!, ¡nikan!, indica el hombre con efervescencia, que por ahí, que ahí está su hogar, luego se adelanta y desciende un monte con rocas del tamaño de elefantes. Mientras tanto, el acompañante recomienda agarrar piedras, por si las dudas.
Avanzan, pues, 20 metros en picada. De manera repentina, aparecen tres canes de ladridos feroces, patas largas y trompa afilada. Se trata de perros que se aparean en el monte con zorros, una especie silvestre, sólo obedientes a los gritos de Don Moisés, únicamente así guardan sus colmillos puntiagudos.
Ya instalados en el terreno, el olor a leña se funde con aromas fétidos de excremento de chivos, de perros, zorros y hasta de humano. Con la vista se deprime cualquiera. Don Moisés sobrevive monte adentro, sin vecinos, ni luz eléctrica, mucho menos agua potable.
Saca la única silla de madera que posee, de unos 30 centímetros de alto, con las patas devoradas por la polilla. El único asiento, es ofertado al forastero, don Moisés insiste que su lugar para la entrevista será el piso, finalmente ahí come, ahí duerme, ahí también llora cuando no hay qué comer.
Antes de detallar la manera en que perdió sus brazos, sigue al pie los protocolos de las costumbres en Xala, grita desde afuera y pide a los integrantes de su familia que salgan a saludar. De la puerta se asoman tres personas, todos adentrados en la vejez, carcomidos por la miseria.
A doña Juana Zopiyactle, de 87 años, Moisés le guía con el habla los pasos, la vista y la mano para presentarse, es una mujer con el cabello tan blanco como sus ojos; asediados de cataratas. Los huesos del cuello le brotan por desnutrición, como el aliento de unas cuantas décadas sin cepillarse las encías.
Calza unos huaraches de plástico color negro, con una falda azul de bordes artesanales, blusa rosada con lentejuelas, sin aretes, sin pulseras, ni sostén, dejando a la vista sus pezones renegridos, como todas las mujeres en Xala, Mixtla Altamirano, allá la ropa interior sirve para nada.
Moisés le dice cabizbajo al traductor que su madre está muy enferma, que no quiere que se muera, ya no puede siquiera echar tortillas en el fogón, a veces barre el piso de tierra, otras lava los trastos, si está de ánimos, como el día de hoy, les da de comer a los canes tortillas echadas a perder.
Posteriormente, de la casa sale un hombre de 75 años, aproximadamente, Rubén Xochiquisqui, no tiene acta de nacimiento ni memoria, nunca fue a la escuela, ni a Mixtla, ni Zongolica, toda su existencia ha estado en los verdes prados de Xala.
El hombre queda boquiabierto cuando la cámara fotográfica y el equipo de cómputo. El traductor le pregunta si había visto algo así en años atrás, don Rubén solo sonríe y contesta que no.
Finalmente llega al patio de lodo y orines de borrego don Marcelo Xochiquisqui, la persona más importante en la vida de Moisés. Gracias a él y a su fuerza que escasea con el paso de los años es que estos tres forajidos han logrado subsistir. Si no fuera por la esterilidad de su esposa y por los 50 pesos que gana cada que surca los terrenos de maíz, quizá no habría historia, nada.
Y entonces, don Moisés procede a mostrar su morada: dos piezas con muros de tabla de ocote; en un cuadrado viven seis chivos que cuida don Rubén, el mayor de los Xochiquisqui, que son propiedad de don Marcelo, su única riqueza.
En el otro piso de tierra viven los tres seniles; la madre, la jefa de todo, duerme sola, sobre tablas que imitan la función de un colchón. Ya en el otro entarimado descansan Rubén y Moises, ahí, en un espacio de 1 metro con 40 centímetros ambos intercambian sus alientos.
Para enunciar las pertenencias que existen en el espacio de 15 metros cuadrados bastan dos párrafos de este escrito: en el suelo hay dos galones donde la familia almacena agua que nace del manantial, en el techo, cuelgan mazorcas que se ponen a secar para el nixtamal. En la casa no hay más de 15 prendas, que se reparten entre tres.
De unos clavos, cuelgan algunas ollas para los frijoles hervidos, y el fogón se ubica en el centro del techado. Son las pertenencias que la familia ha reunido durante décadas. Luego de conocer la propiedad de los Xochiquisqui, don Moisés procede a contar escenas de su vida, una de ellas la ocasión en que sus brazos los cortaron como palos.
POR DEFENDER SU MILPA, PERDIÓ AMBOS BRAZOS
Don Moisés, “Mochito”, como le nombran los amigos, se pone cómodo en el piso antes de contar su historia.
Hace diez años era un pobre más en su comunidad: el hombre salía a trabajar a Tezonapa a tiznarse el rostro en tiempos de zafra. También lo llevaban en camiones hasta Huatusco al corte de café, donde se gana según lo que cortes, la velocidad en las manos y en los dedos es indispensable.
Un día salió sin dinero y sin trabajo a buscar pesos prestados hasta Zongolica; en el camino de regreso se topó con un hombre que hacía tiempo traía en la mira. “Ese cabrón se metía a mi terreno a chingarse la milpa, ya me tenía bien enojado”, comparte Moisés.
Fue que las miradas se cruzaron en un camino sin salida. Don Moisés tiró de gritos y maldiciones, el otro lanzó cuatro machetazos certeros. “Brinco y me cortó los brazos como palo, chinga”, se lamenta.
La gente lo levantó del piso y recogió sus extremidades que yacían ensangrentadas sobre la terracería. Moisés gritaba a los acomedidos que lo llevaran al hospital, que le dijeran a los doctores que se los volvieran a pegar. Luego entendió que era imposible y lloró y se marchó a casa.
“¡A su mecha!”, es la frase que le provoca sólo el recuerdo. Luego finaliza el relato, son escenas que no suele revivir, pues a partir de ese percance perdió la única herramienta con la que nace un campesino: su cuerpo, sus manos.
Así nació el pordiosero de Mixtla, el banquetero que bendice a quienes le regalan dinero afuera de la iglesia. Algo que le avergüenza, confiesa. Si bien hace tiempo ganaba de a poco cimbrando el hacha, hoy tiene que sujetar un vaso de plástico con la boca para atrapar monedas.
Así culmina la historia de Moisés Xochiquisqui Zopiyactle, el hombre más desgraciado de Xala, Mixtla de Altamirano. Amable se acomide a acompañar a los visitantes hasta la cima de la brecha. Ya no canta, apenas sonríe. Llega el punto donde dice que hasta ahí llega, luego se echa a correr, como es su costumbre, sale disparado a encerrarse en el cuarto, a anidarse en la miseria.